Las bacterias que viven en nuestro interior tienen un papel fundamental en nuestra salud. Las bacterias son organismos unicelulares que aparecieron en la tierra hace 3.5 billones de años, siendo los primeros seres vivos en habitar este planeta. Estos organismos crecen hasta el doble de su tamaño y luego se dividen multiplicándose rápidamente. Por cada célula humana que poseemos, tenemos 10 células bacterianas, con un estimado de 10 billones de bacterias viviendo en nuestro interior. Existen más bacterias en la palma de nuestra mano que personas en el mundo. Así mismo, tenemos 100 veces más genes bacterianos que genes humanos. Y se ha comprobado que estos influyen en la expresión de los genes humanos. Estas bacterias forman nuestro ecosistema interno y sobreviven alimentándose del medio que las rodea. Actualmente el Instituto Nacional de Salud (National Institute of Health), en Estados Unidos, está llevando a cabo lo que se conoce como el “Human Microbiome Project”, el cual busca identificar y caracterizar los microorganismos que viven en el ser humano y que están asociados a su salud. Este proyecto está utilizando la misma tecnología que se utilizó para el “Proyecto del Genoma Humano”, con un presupuesto mayor a los 100 millones de dólares. Esto evidencia la relevancia que hoy en día la ciencia le da a nuestra flora intestinal para crear salud.
Se cree que los humanos primitivos no tenían flora intestinal, pero con el tiempo esta fue cultivándose en nosotros como un mecanismo de adaptabilidad a las condiciones del entorno. En este proceso desarrollamos una relación simbiótica, en donde ambos organismos podemos beneficiarnos y desarrollarse óptimamente. De esta manera, las bacterias se alimentan de los alimentos que hacen parte de nuestra dieta y ellas a cambio realizan funciones y producen otras sustancias para nosotros. Para que exista esta simbiosis nuestra flora intestinal debe estar conformada por un 85% de bacterias buenas y un 15% de bacterias malas. Cuando hablamos de bacteria “malas” simplemente estamos diciendo que un exceso de estas pueden traernos complicaciones. Sin embargo, si se encuentran bajo control cumplen funciones muy importantes para nuestra salud.
Nuestras bacterias recubren las paredes de nuestro intestino, actuando como la primera línea de defensa de nuestro sistema inmune en nuestro interior, evitando el paso de otras bacterias patógenas. Dado que el 80% de nuestro sistema inmune se encuentra en nuestros intestinos, una sana flora intestinal está directamente relacionada con una buena función inmunológica. Por otro lado, un desequilibrio de esta nos deja expuesto a gérmenes, bacterias patogénicas y virus. Las bacterias también funcionan como quelantes, lo cual significa que nos ayudan a eliminar metales pesados del cuerpo. Nuestras bacterias también ayudan en la digestión de ciertos alimentos, en la síntesis de ciertas vitaminas y en la absorción de algunos minerales. Igualmente nos ayudan a equilibrar nuestros niveles de colesterol, a reducir procesos inflamatorios y a regular nuestro tránsito intestinal.
Nuestra alimentación juega un papel fundamental en la manutención de esta simbiosis, ya que las bacterias buenas se alimentan principalmente de los polisacáridos presentes en la fibra de las verduras, frutas, semillas, cereales y granos. Por otro lado, el consumo de azúcar blanca y carbohidratos refinados promueven el crecimiento de bacterias malas, creando una alteración en la flora intestinal. Esto se conoce como disbiosis intestinal y puede traer como consecuencias varios síntomas como el estreñimiento, el síndrome del colon irritable y una baja función inmunológica. También está asociado a varios trastornos mentales como la depresión, el autismo, el síndrome de atención deficiente con hiperactividad y la ansiedad. Otros factores que alteran nuestra flora son el consumo excesivo e irresponsable de antibióticos, el uso de pesticidas en nuestros cultivos, la exposición a metales pesados en el ambiente y en nuestros alimentos y el estrés mal manejado. Un estado emocional perturbado por tiempo prolongado podría llegar a alterar nuestra flora bacteriana, debido a la estrecha relación que existe entre nuestro cerebro y nuestro intestino.
No ha de extrañarnos que actualmente existan tantas personas como problemas gastrointestinales, teniendo en cuenta que en nuestra dieta moderna le hemos removido la fibra a casi todos los alimentos en los procesos de refinamiento y le hemos añadido grandes cantidades de azúcar refinada. Si reducimos drásticamente el consumo de alimentos procesados y adoptamos una dieta de alimentos integrales y libres de azúcar refinada, podremos fortalecer nuestra flora bacteriana. Un consumo adecuado de fibra, aproximadamente entre 30 y 40 gramos al día, lo podemos obtener haciendo de las frutas, verduras, semillas, cereales y granos la base de nuestra dieta. Así mismo, el consumo de probióticos con regularidad pueden ayudarnos a recuperar la simbiosis intestinal. Los probióticos son bacterias benéficas que han sido cultivadas previamente. Generalmente los conseguimos en cápsulas, pero también podríamos encontrarlos en forma líquida. Estos los podemos consumir en forma de suplementos o con la ingesta de alimentos fermentados. Desde mi punto de vista los mejores alimentos para fermentar son algunas verduras crudas, como es el caso del repollo fermentado(sauerkraut), el cual tiene un alto contenido de azufre que impide el crecimiento de bacterias malas. Es importante que las verduras sean de origen orgánico para evitar los pesticidas y metales pesados que pueden afectar la flora. No recomiendo los productos lácteos que vienen con probióticos, no solo porque tienen como base leche pasteurizada, sino también porque generalmente contienen azúcar añadida o algún endulzante artificial, lo cual termina siendo aún más contraproducente.